viernes, 9 de marzo de 2012

ALEJAMIENTO

Toda iniciación está precedida de un viaje

De Belén al Calvario. Alice Bailey

Gran cantidad de relatos referidos a héroes y seres mitológicos coinciden en que después del nacimiento, que generalmente se da bajo circunstancias especiales, sobreviene un alejamiento del héroe.

En su libro “El héroe de las mil caras”, Joseph Campbell explica que este alejamiento constituye: La primera gran etapa, que es la de la «separación» o partida”. Una fase en la que el héroe abandona su tierra natal y permanece ausente, para luego retornar, como un ser renovado, a realizar su misión. Puede ser llevado a un país lejano por padres sustitutos, donde crece desconociendo su verdadero origen; o simplemente desaparecer de la esfera pública, mientras todos creen que ha muerto.

En la película “El Rey León”, Simba, el pequeño hijo del rey Mufasa, huye a la selva porque cree que ha provocado la muerte de su padre. Allí conoce a Timón y a Pumba, quienes lo adoptan y le enseñan a vivir sin preocupaciones ("Hakuna Matata"). Mientras tanto, en el reino todos creen que Simba ha muerto, y su tío, el malvado Scar, hermano del rey (y el verdadero asesino) accede al trono.

En la vida de Jesús, también se da este alejamiento. Hay como un hueco, un espacio vacío en la historia, los años de su adolescencia y juventud de los que poco se sabe. Algunos refieren que fue a Oriente para recibir la enseñanza de los esenios, pero en la Biblia no existe ningún dato concreto acerca de su paradero en ese tiempo. Lo cierto es que estuvo ausente, fuera de la escena hasta los treinta años, momento en el que regresó para su ministerio.

El Buddha Gautama, al cumplir veintinueve años, decidió alejarse de su palacio, y convertirse en renunciante, en busca del remedio para el sufrimiento de la humanidad. Después de iluminarse bajo el árbol Bo, resolvió volver al mundo para liberarlo mediante la enseñanza de su doctrina de la Iluminación.

En el caso de San Martín también tiene lugar este proceso, tan característico en la historia de cualquier héroe mitológico.

Repasemos esa etapa de su vida, para luego analizar la simbología escondida.

En Yapeyú, su ciudad natal, sólo permaneció por espacio de tres años, luego de lo cual, en enero de 1781, la familia partió hacia Buenos Aires, con la promesa de algún día regresar, para buscar a Rosa, su madre. Esto nunca sucedió, por tal motivo madre e hijo nunca más volvieron a verse. Se refiere que ella vivió hasta más allá de los 110 años, siempre esperó el reencuentro con su hijo, y se entristeció mucho al enterarse de la muerte del héroe.

La estadía en Buenos Aires sólo duró dos años, luego de lo cual toda la familia partió rumbo a la lejana España. Desembarcan en Cádiz, y después de una residencia temporaria en Madrid de sólo un año, se establecen en Málaga.

Si bien durante su vida siempre anduvo acompañado de libros, la única instrucción formal a la que tuvo acceso San Martín le fue brindada allí, al asistir durante cuatro años a la Escuela de Temporalidades de Málaga, desde 1785. Sin embargo su verdadera formación fue militar, y no la recibió en el ámbito de los colegios militares sino en el fragor de las batallas.

El 15 de julio de 1789, un día después de la Toma de la Bastilla (que marcó el comienzo de la Revolución Francesa), José se incorpora como cadete al Regimiento de Murcia, con once años de edad.

El hecho de que comenzara su carrera militar justo un día después de iniciada la Revolución Francesa debe tomarse como un dato muy significativo, ya que el ideario liberal francés se convertiría para él, con el correr del tiempo, en la base de su pensamiento político.

A los trece años ya andaba en batallas, que lo llevaron por el norte de África y toda la península ibérica, guerreando contra los más diversos enemigos. En esta primera etapa se destaca como infante-granadero, que eran los encargados de arrojar las granadas al enemigo desde las primeras líneas del combate. Como todo buen héroe ya desde muy pequeño daba muestras de extremo valor.

San Martín. Cadete del Murcia

La riqueza del símbolo reside en su multiplicidad de sentidos. El “Diccionario de los símbolos” expone que: “Uno de los rasgos característicos del símbolo es la simultaneidad de los sentidos que revela”. Según desde qué perspectiva lo abordemos encontraremos diferentes posibilidades de interpretación.

Lo primero que este “alejamiento del mundo” puede representar es un cambio de enfoque, una forma distinta de abordar la vida.

Más de una vez se ha planteado esta dicotomía entre el “mundo” y el “cielo”, como símbolos de lo material y lo espiritual. Jesús decía: “Yo ya no estoy en el mundo” (Juan 17:11), dando a entender que su conciencia estaba anclada en lo alto, en el espíritu. También en otros tramos de la Biblia se sugiere este cambio de orientación: “No os acomodéis al mundo presente, antes bien transformaos mediante la renovación de vuestra mente, de forma que podáis distinguir cuál es la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable, lo perfecto”. (Romanos 12:2); y otro de sus libros exhorta: “Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra”. (Colonenses 3:2).

De manera que esta primera interpretación del “alejamiento” consistiría en retirar la atención del mundo y sus afanes, y persistir en enfocarla en nuestra propia Divinidad.

El maestro Emmet Fox señalaba que: “Sólo el trabajo de elevar y transformar tu conciencia de las cosas, es lo que te arregla un problema en lo exterior”. Él siempre insistió en que recordáramos que somos hijos de Dios, hechos a “imagen y semejanza de nuestro Creador”. Por lo tanto, si Dios es Omnipotente, nosotros no tenemos por qué aceptar debilidad o carencia alguna.

Conny Méndez explica en su libro “Metafísica 4 en 1” que esto: “es para ser tomado en serio. No es prerrogativa del Santo o del Místico. Es para todos los humanos”. Y agrega: “Cuando te encuentres en una dificultad, trata de NO SEGUIR PENSANDO EN EL PROBLEMA Y PIENSA EN DIOS… No importa qué cosas pienses de Dios… Ponlo en sus manos y olvídalo”.

Otra forma de interpretar este símbolo es reconocer que un héroe es aquel que busca “alejarse” de los postulados del mundo, desoyendo sus premisas y derribando sus límites. Todo héroe es en esencia un transgresor; de esto habla Hugo Bauzá en su trabajo “El mito del héroe”: “Los héroes tienen en común el hecho de ser transgresores, de encaminar sus acciones a traspasar el umbral de lo prohibido, de ir más allá de los límites impuestos por la sociedad”. De forma que el héroe es alguien que ha decidido convertirse en el artífice de su propio destino, sin atender a los dictámenes mundanos, sólo a su propia voz interior, la Voz de su Alma.

En el libro anteriormente citado, Conny Méndez afirma: “Aquel secreto que tú guardas en tu corazón, aquello que tú no te atreves ni a mencionar por temor de quedar en ridículo, ese deseo que te parece imposible realizar, esa es la voz de tu alma. Es la voz de Dios que te llama para que ocupes el sitio que Él ha guardado para ti”. Eso a lo que algunos han dado en llamar tu “Plan Divino”.

Por eso, un verdadero héroe es aquel que ha tomado sus sueños más profundos como bandera, y no se detendrá hasta hacerlos realidad, más allá de lo que nadie pueda hacer o decir al respecto, y sin hacer caso de ningún tipo de resistencia que pueda presentarse en su camino.

Por oposición, nadie que corra tras los premios que el mundo ofrece (el dinero, la fama, la comodidad, la posición social) estará recorriendo el sendero del héroe, antes bien, se estará internando más y más en el cenagoso laberinto de la materia, con su consiguiente lucha, desesperación y pérdida de energía, hasta terminar convertido en un esclavo de las circunstancias.

El mundo no quiere que vayas tras tus sueños. ¿Por qué? Porque el mundo está regido por el miedo, y merced a esta emoción negativa pretende mantenerte aprisionado. Por un lado te dirá que le asusta tu posible fracaso, y que no quiere que te enfrentes al sufrimiento que eso te acarrearía; pero lo que realmente teme es que lo logres, ya que tu triunfo desnudaría el profundo vacío en el que vive la mayoría de los seres humanos.

Por su parte, el espíritu está regido por el amor, y amorosamente te induce a que sigas los dictados de tu corazón y te conviertas en el héroe de tu propia película; él te dirá que realizar tu “Plan Divino” es lo único por lo que vale la pena estar vivo, y que cualquier otra opción que elijas significará un vano desgaste de energía, y el desperdicio de tu propia vida. Una de las más recordadas frases del General San Martín se refiere justamente a esta cuestión que estamos tratando: “Serás lo que debas ser, o no eres nada”.

De esta dicotomía habla Alice Bailey en “Los trabajos de Hércules”: “Las características del hombre inmerso en la forma de la vida y bajo la regla de la materia son: temor, individualismo, rivalidad y codicia. Estas tienen que ceder lugar a la confianza espiritual, cooperación, conciencia grupal y carencia de egoísmo”.

El mundo nos conmina a amoldarnos, a encajar, a ser funcionales y a luchar por nuestra supervivencia. El espíritu nos anima a ser únicos, creativos, a seguir nuestros sueños y fluir con la existencia.

Esta parte de la historia simboliza nuestros esfuerzos iniciales por mejorarnos y realizar los primeros actos de servicio a la humanidad. El Héroe Interior se ha despertado, y comienza lentamente a ensayar sus primeros pasos.

Es el momento en que tomamos contacto con algunas de las grandes verdades a través de lecturas, o incluso -si la fortuna nos acompaña- contactamos a un facilitador que nos comunica la enseñanza, y empezamos a formar parte de algún grupo de estudio. Pronto tendremos que empezar a poner en práctica todo ese conglomerado de nuevos conceptos, y traducirlos en vivencias. Aparecerán los primeros trabajos y enfrentaremos las primeras pruebas. Todo eso nos llevará a pulir y templar el carácter, para, de a poco, ir transformándonos en los regentes de nuestra naturaleza inferior.

En resumen esta es la etapa preparatoria para la gran obra.

Muchos de nosotros nos encontramos en ese nivel de la escala evolutiva. Haciendo los primeros tibios esfuerzos por ayudar a manifestar el Plan Divino de Perfección para el planeta. Es una fase difícil, ya que la voluntad todavía es endeble, y alterna entre el deseo de servir y el de satisfacer los propios intereses. Durante este período se cometen gran cantidad de errores y omisiones, pero cada pequeño esfuerzo que realizamos es muy valorable. La tentación de desfallecer, o dejarse llevar por el orgullo o los deseos personales, siempre está presente. Cada cual decide cuánto tiempo permanecerá en esta etapa, a la que podríamos llamar: “la Escuela de Héroes”.

Es de hacer notar que estos primeros años fueron muy difíciles para el pequeño José, ya que casi todo el tiempo era objeto de burlas de parte de sus compañeros de colegio, en primera instancia; y del regimiento, luego, a causa de sus rasgos y el tono oscuro de su piel. Se reían de su aspecto y lo llamaban “indiano” o “indio”. Esto le causaba un gran dolor, y lo llevaba a preguntarse el por qué de sus diferencias con los otros, incluso sus propios hermanos eran distintos de él. En estos días llega a dudar de quiénes serían sus verdaderos padres.

En varias historias míticas se repiten esta clase de sucesos, tipificados en el “síndrome del patito feo”. El protagonista comienza a ser consciente de sus diferencias respecto de los demás y sufre a causa de este descubrimiento. Aun el mismísimo Hércules pasó por una etapa de tribulación, sintiéndose avergonzado de su descontrolada fuerza sobrenatural, hasta descubrir que era el hijo de Zeus, y por ende, un dios en potencia.

Los primeros años de San Martín en España son la viva encarnación de esta historia del “patito” de Andersen: el menor de cinco hermanos, siempre sintiéndose diferente de ellos, y siendo objeto de burlas de parte de sus camaradas, lleno de dudas y preguntas acerca de su origen. Pasaría todavía algún tiempo hasta que pudiera desentrañar la verdad y descubrir la naturaleza de su futura misión. Y ya todos sabemos el destino de gloria que le esperaba a este “patito feo”.

Este aspecto de la historia simboliza esa incomodidad que experimentamos antes de decidirnos plenamente a favor de la Divinidad Interna. Todavía estamos inmersos en el mundo y sus problemáticas, su desesperación y su lucha. Pero comenzamos a sentir tenuemente que algo no está en su lugar, nos cuesta encajar en el contexto, y nos atacan deseos de abandonarlo todo y darle un nuevo rumbo a nuestra vida. Ya no nos sentimos cómodos en nuestro rol habitual, compitiendo con otros para lograr un rédito personal, o criticando a los demás. A decir verdad, nada de lo que hacemos nos satisface, y empezamos a sentir la fuerte necesidad de un cambio.

En el “Tratado sobre Magia Blanca” se habla de esta difícil etapa: “Todo parece estéril e indeseable, y deja de satisfacer a la ardiente y aspirante alma. Se establece el difícil proceso de reorientación hacia un nuevo mundo, un nuevo estado de ser y de conciencia y, puesto que el mecanismo de respuesta sutil interno sólo está en embrión, existe una devastadora sensación de pérdida, un tanteo en la oscuridad y un período de lucha espiritual y exploración”.

En ese nadar a dos aguas nos sentimos como el pequeño cisne del cuento. Ya nos dimos cuenta de que no somos “patos”, pero esa comprensión no nos basta para descubrir cuál es nuestra verdadera naturaleza, cuál es nuestro lugar en el mundo. Todavía falta para que el cisne que algún día seremos desarrolle plenamente su belleza, ese cisne que se esconde en cada uno de nosotros, y que es nuestro Dios Interno, deseoso de manifestarse y asumir el control de nuestras vidas.

Existe aún otra forma de abordar la interpretación simbólica de este proceso de alejamiento. Esa partida del héroe a tierras lejanas para luego volver fortalecido, también representa un viaje hacia el interior, en donde se hallan las fuerzas vitales para adelantar en el camino.

Así lo expresa Joseph Campbell en “El héroe de las mil caras”: “El primer paso, separación o retirada, consiste en una radical trasferencia de énfasis del mundo externo al interno, del macro al microcosmos, un retirarse de las desesperaciones de la tierra perdida a la paz del reino eterno que existe en nuestro interior”.

Volveremos a remarcar este concepto una y otra vez a lo largo del presente trabajo, ya que en ese cambio de orientación hallaremos una de las más importantes herramientas de que podamos valernos, ese “retiro” que diariamente debemos realizar para cargar las pilas antes de salir al mundo, como los héroes de nuestro propio universo.

Es notable como casi todas las tradiciones espirituales hacen hincapié en la importancia de la meditación cíclica. Desde varios sectores se aconseja este recogimiento interior, de ser posible una vez a la mañana, antes de comenzar con cualquier actividad; y otra vez por la noche, antes de acostarse.

Deepak Chopra comenta en su libro “Sincrodestino” que: “el propósito de la meditación es dejar de pensar por un momento, esperar a que la neblina de pensamientos se disipe y dar un vistazo al espíritu interior”.

Sólo a través de la meditación podremos establecer un puente entre nuestra naturaleza humana y nuestro Yo Divino. Así lo consigna uno de los “Aforismos de Patanjali”, cuando revela: “En ese momento, con el aquietamiento mental (Nirodha), se experimenta el Alma”.

Mientras permitamos que nuestra mente salte de un pensamiento a otro le será imposible a nuestro “Guerrero Interior” comunicarse con nosotros. Su voz es extremadamente suave y sutil, y sólo podemos recibir sus insinuaciones cuando nos hallamos en absoluto silencio, en estado de pasiva receptividad.

También el Maestro Saint Germain plantea en el libro “The I Am discourses” (conocido en castellano como “El libro de oro de Saint Germain”) que: Una de las cosas más importantes, aún para los es­tudiantes más sinceros, es la necesidad de darle tiempo a la meditación por la mañana o por la noche, la de aquietar la actividad exterior para que la Pre­sencia Interior pueda surgir sin obstrucción”.

Por eso es demasiado importante, para convertirnos en los héroes de nuestra propia epopeya, periódicamente retirar nuestra atención del mundo externo, y llevarla hacia nuestro interior. Alejarnos del mundo para poder regresar a él renovados, a prestar nuestro servicio. Allí, en esa fuente interior, encontraremos la fuerza.

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