El sendero por donde anda un gran hombre
se convierte en una guía
para el resto de la humanidad.
Bhagavad Gita
Retomar el estudio de la vida y la obra de quien fuera la figura más sobresaliente de la historia argentina pareciera casi ocioso. La cantidad de volúmenes que se han escrito en su nombre, con el fin de narrar sus hazañas y resaltar sus virtudes -o incluso para denostarlo-, alcanzan para poblar varios anaqueles de cualquier biblioteca.
Empezando por la “Historia de San Martín”, en la que Bartolomé Mitre lo elevara al pedestal de “Padre de la Patria”; pasando por Ricardo Rojas y su “Santo de la espada”, llevado al cine por Leopoldo Torre Nilson; hasta llegar a las más recientes revisiones de autores como Norberto Galasso, José Ignacio García Hamilton o Hugo Chumbita, que tienden a humanizar su imagen, y aportan además importantísima información hasta hace poco desconocida; se concluiría que es imposible agregar una coma a lo ya expuesto por tan variada lista de especializados autores, como si ya nada pudiera decirse acerca del Gran Capitán, sin terminar redundando en cuestiones conocidas por la gran mayoría.
Por suerte para mí, y para todos los que tomen contacto con el contenido de este blog, esto no es así.
Durante todo este tiempo sólo hemos estado raspando la superficie de la cuestión, como quien se dedicara a examinar la cáscara de un fruto en detalle y nunca se decidiera a saborear el manjar que ésta oculta.
Veamos por qué…
Así como los argentinos, chilenos y peruanos veneramos la figura de nuestro Libertador, todas las civilizaciones han reverenciado y exaltado a sus héroes fundadores a través de los tiempos. Otto Rank, discípulo de Sigmund Freud, y uno de los padres del psicoanálisis, observa en su obra “El mito del nacimiento del héroe” que: “Todas las naciones civilizadas prominentes… comenzaron con una temprana etapa de glorificación de sus héroes nacionales, príncipes y reyes míticos”.
Sólo por citar a algunos de ellos, mencionaremos a: Gilgamesh, para los Sumerios; Rama y Krishna, en la India; Hércules, Perseo y Teseo, entre muchos otros, en Grecia; el Rey David, en el Antiguo Testamento; el Rey Arturo, en la tradición Británica; Mahoma, para los islámicos; etc.
La sola enumeración de estos nombres pudiera no significar nada, de no ser por un asombroso descubrimiento que el mismo Rank realizara. A través del análisis comparativo de los nacimientos y primeros años de vida de gran cantidad de héroes mitológicos notó que todos estos relatos: “en las diferentes naciones -aunque muy distantes entre sí por el espacio y totalmente independientes unas de las otras- presentan una desconcertante similitud o, en parte , una correspondencia literal”. Es así que pudo establecer un patrón que se repite en casi todas las tradiciones.
Mucho más asombroso resultará para el lector de estas páginas (y así lo fue para el que escribe, a lo largo de años de investigación) descubrir que la historia del Libertador de América se ajusta fielmente a ese patrón, concordando con las de figuras tan sagradas y diversas como Hércules, Moisés, el Rey Arturo, o el mismísimo Jesús. Ya desde la próxima entrada, cuando analicemos el nacimiento del prócer, notaremos con asombro la inmensa cantidad de coincidencias que existe entre los hechos de su vida y las de muchos de los llamados héroes míticos, salvadores, o mensajeros de Dios. Una y otra vez hallaremos sorprendentes paralelismos y analogías que lo vinculan con las personalidades más sobresalientes de la historia universal. Y así cumpliremos con la primera premisa de este blog: dejar claramente establecido que la vida y leyenda del General don José de San Martín encaja perfectamente en el molde del héroe mitológico.
Al tiempo que vayamos dejando asentado este postulado, necesariamente se derivará la segunda propuesta de esta obra, que es analizar la figura de San Martín como mito. Para ello será preciso responder algunos interrogantes. Entre ellos... ¿Qué significado tienen estas señales que se repiten una y otra vez en las historias de personajes tan disímiles, y tan alejados unos de otros, tanto en el tiempo como en el espacio? ¿Puede ser atribuido al azar, o la casualidad, semejante número de signos coincidentes?
La primera respuesta tal vez provenga de uno de los libros sagrados más antiguos de la humanidad, el Bhagavad Gita. Allí, Krishna (una de las principales deidades del hinduismo) le refiere a Arjuna, antes de iniciar la batalla de Kurukshetra: “Siempre que el bien decae extinguiéndose poco a poco, predominando en su lugar la maldad y el orgullo, Mi espíritu se manifiesta en forma humana sobre esta tierra”.
Es como si el Universo, una Fuerza Superior, o Dios (como cada quien prefiera llamarlo), enviara a cada rincón del planeta y en cada momento específico, a un Ser con una doble misión: por un lado, liberar a ese pueblo de alguna forma de opresión; y por el otro, representar un “guión” (que siempre es el mismo en esencia) para dejar un recuerdo indeleble de sus actos en las mentes de las generaciones venideras, con alguna secreta intención. Seres a los que algunas culturas han dado en llamar Cristos, Mesías, Elegidos, o Enviados de Dios.
La verdad es que todas estas tradiciones míticas están cargadas de un hondo contenido simbólico, y en la dilucidación de esos signos reside la más importante enseñanza que puede obtenerse de este tipo de historias.
Lo mismo sucede con las vidas de los llamados Maestros de la humanidad, como Moisés, Jesús, o el Buddha Gautama. Más allá del legado que ellos dejaran a través de sus mensajes y doctrinas, los hechos de sus vidas esconden en sí poderosos símbolos para todo el que sepa leer entre líneas.
Otra rama de la sicología abordó también este asunto de los símbolos. Carl Jung, padre de la sicología analítica, afirmó que estos mitos conforman un compendio de imágenes simbólicas a las que denominó “arquetipos del inconsciente colectivo”, algo así como una “herencia psíquica” compartida por toda la humanidad. En su libro “El hombre y sus símbolos” expresa: “el arquetipo es una tendencia a formar representaciones de un motivo, representaciones que pueden variar muchísimo en detalle sin perder su modelo básico”. Leemos en el excelente “Diccionario de los símbolos” de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant que: “Para C.G. Jung, el símbolo no es, ciertamente, ni una alegoría, ni un simple signo, sino más bien «una imagen apta para designar lo mejor posible la naturaleza oscuramente sospechada del espíritu»”.
Uno de los continuadores de su obra fue Joseph Campbell, profesor estadounidense, historiador de las religiones y filósofo. Él sostiene que: “Sólo hay una mitología en el mundo, que se ha conjugado dentro de las diversas culturas de acuerdo a las condiciones de sus circunstancias históricas y sociales”. Campbell afirma en su libro “El héroe de las mil caras” que la figura del héroe tiene una gran importancia en todas las culturas de todos los tiempos, y asevera, en la misma línea que Rank, que en todo este tipo de relatos existe un patrón común que se repite en mayor o menor grado. A esta teoría la llamó “Monomito”, subrayando que todos estos mitos son en realidad, y en última instancia, uno solo. Así lo expresa en “El poder del mito”: “En lo esencial, podría decirse incluso que no hay más que un héroe arquetípico cuya vida se ha reduplicado en muchas tierras distantes”.
Los griegos consideraban a los héroes como intermediarios entre lo humano y lo divino; de hecho, la mayoría de los héroes griegos eran semidioses, es decir, el fruto de la unión entre un Dios y un humano.
Así, a través de la figura del héroe, el mundo griego halló una forma de simbolizar la aventura del Alma, que aparece en el hombre como mediadora entre su Espíritu, o naturaleza Divina, que suavemente pugna por manifestarse y aportar su Luz para beneficio del Todo; y la personalidad, o naturaleza humana, que constantemente lucha para imponer sus deseos y apetitos egoístas.
Alice Bailey, quien fuera integrante de la Sociedad Teosófica, le dedica un párrafo a este tema en su libro “Los trabajos de Hércules”: “Esta dualidad es la gloria de la humanidad y también constituye el problema que cada ser humano tiene que resolver. Padre-Espíritu y Madre-Materia se juntan en el hombre, y el trabajo del discípulo es remover los lazos de la madre y así responder al amor del Padre”.
El hombre moderno ha decidido afirmarse en la razón como única guía cierta, y ha desechado a la mitología por considerarla obsoleta, carente de sentido y en algunos casos, ridícula. Por cierto…¿Quién puede creer que un simple mortal como Jonás haya sido tragado por una ballena, para luego de tres días recuperar la libertad como si nada hubiera pasado?¿Cómo es posible que Hércules (por más fuerza sobrenatural que poseyera) haya soportado el peso de todo el Universo sobre su espalda? Y en todo caso…¿sobre qué se paró para sostenerlo? Desde esta mirada materialista, que predomina en el hombre de hoy, todos estos relatos no pueden ser más que fantasías, niñerías que no nos llevan a ninguna parte. Habiendo perdido la clave para comprender los símbolos que estas historias encierran, acabó por cerrar la puerta del reino de lo extraordinario, despreciando así la invalorable ayuda que la comprensión de esos símbolos podría brindarle en su vida de todos los días.
El “Diccionario de los símbolos” propone que: “Resistir a los símbolos es amputar una parte de sí mismo, empobrecer la naturaleza entera y huir, bajo pretexto de realismo, de la más auténtica invitación a una vida integral. Un mundo sin símbolos sería irrespirable: provocaría en seguida la muerte espiritual del hombre”.
Es así que la sed de infinitud persiste. El ansia de trascendencia no desaparece por haber entronizado a “la Razón” como diosa exclusiva. Muy por el contrario parece aumentar más y más. Cada vez tenemos más necesidad de héroes y aventuras maravillosas, y para satisfacerla creamos nuestra propia mitología moderna: libros, series de televisión y películas que reflejan las proezas de infinidad de héroes de ficción.
En este sentido, es interesante observar la influencia que el trabajo del citado Joseph Campbell ha tenido en varias de estas realizaciones, podríamos mencionar: “La guerra de las Galaxias”, “El Rey León”, “Matrix”, “El Señor de los anillos”, y hasta “Harry Potter”; que se nutrieron de sus investigaciones como una base para el desarrollo de los libretos y guiones.
Incluso, ya desde mucho tiempo atrás, algunos de estos relatos míticos se han ido transformando hasta filtrarse en la imaginería popular en la forma de cuentos, fábulas y leyendas. ¿Quién no se ha ido a dormir alguna vez escuchando, de boca de su madre, la historia de “Caperucita Roja”, “La Cenicienta” o “El Patito feo”? Todas estas historias están atravesadas por situaciones arquetípicas que se repiten: el alejamiento del hogar, alguna prohibición transgredida, el logro del amor perfecto... Todos temas que son representaciones de nuestro propio Ser Interno y su lucha por manifestarse.
Otra consecuencia derivada de la perspectiva materialista de la humanidad de hoy es que hemos reemplazado el antiguo culto a los héroes por la (mucho más banal -por cierto-) adoración a los ídolos de masas, ya sea que estos pertenezcan a la esfera del espectáculo, el arte, la política o el deporte.
Muchos argentinos se emocionaron al revivir la “hazaña” de la selección nacional de fútbol, cuando conquistara el campeonato mundial de México’86, tal como fue mostrada por una película con un título más que sugestivo… “Héroes”.
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| Portada de la película "Héroes" |
Deepak Chopra, el renombrado médico y escritor hindú, se refiere a esta cuestión en su libro “Sincrodestino”: “Dentro de cada ser humano existe un tema expansivo, un molde para una vida heroica, un dios o una diosa embrionarios que desean nacer”. Y agrega: “Actualmente tendemos a buscar arquetipos simbólicos en las celebridades, pero necesitamos fomentar expresiones plenas de los arquetipos en nosotros”.
Las viejas tradiciones y leyendas han perdido la fuerza que alguna vez tuvieron, y ya no nos representan; pero así debe ser necesariamente, porque ellas no fueron escritas para nosotros. Nos urge encontrar una nueva forma de exponer las antiguas verdades, otro modo de tender ese puente que una la experiencia ordinaria con el reino de lo extraordinario; de manera que esa Divinidad Interna, que por el momento sólo se halla en estado latente, encuentre una vía de expresión en nuestra vida.
Volvemos a citar al “Diccionario de los símbolos”, allí se sostiene que: “Cada grupo, cada época tiene sus símbolos; vibrar con esos símbolos es participar con ese grupo y esa época”. Y concluye: “La función de resonancia de un símbolo es, por tanto, más activa si el símbolo concuerda mejor con la atmósfera espiritual de una persona, de una sociedad, de una época o de una circunstancia”.
Por eso intuimos que puede ayudarnos en ese sentido desentrañar el legado simbólico que nuestro prócer dejara impreso en la memoria de sus actos. Ese libro que Dios ha escrito pensando exclusivamente en nosotros, los que transitamos por este lado del mundo, y en este momento de la historia.
Humberto Eco, en el primer capítulo de “El nombre de la Rosa”, hace referencia a: “la inagotable reserva de símbolos por los que Dios, a través de sus criaturas, nos habla de la vida eterna”. Nuestra misión será descifrar las claves espirituales de la vida y leyenda del “Gran Capitán”, desde su nacimiento en Yapeyú hasta el final de sus días; pasando por los hechos más significativos de su existencia, aquellos que lo llevaron a convertirse en uno de los más grandes libertadores del mundo.
Bucearemos en busca de los símbolos en la historia, el mito detrás del hombre, y el mensaje que esconden el mito y sus símbolos.
Con gran asombro descubriremos que, oculto tras los sucesos tantas veces repetidos en las lecciones de escuela primaria, subyace el secreto que puede convertirnos en los libertadores de nuestro propio Ser Interior, ese dios embrionario que todos llevamos dentro, esperando manifestarse.
Campbell lo explica de esta forma en su libro: “El reino de los dioses es una dimensión olvidada del mundo que conocemos. Y la exploración de esa dimensión, ya sea en forma voluntaria o involuntaria, encierra todo el sentido de la hazaña del héroe”.
Por su parte, Hugo Bauzá expresa, en “El mito del héroe”: “La aventura y el viaje del héroe no deben estar orientados hacia lo exterior, sino hacia el interior de nosotros mismos”. Y agrega: “la clave radica en descubrir la parte «heroica» que habita en el interior de cada uno de nosotros”.
Acompáñenme en un viaje que nos llevará, al mismo tiempo, hacia afuera, a través de los sucesos que marcaron la vida del Libertador, y hacia adentro, en busca de las resonancias que esos hechos puedan producir en nosotros. Un viaje en el que las historias por todos conocidas cobrarán nuevos significados, y echarán algo de luz en nuestro propio camino.

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