viernes, 1 de julio de 2011

01. NACIMIENTO

Los grandes hombres del mundo no nacen
simplemente de sus padres terrenales.
En ellos se enfocan países y eras enteras...
The Value and Destiny of the Individual. Bosanquet

En el prólogo hablamos de Otto Rank, uno de los padres del psicoanálisis, quien en su libro “El mito del nacimiento del héroe” analizó comparativamente las historias de gran cantidad de héroes míticos y mensajeros de Dios. Resultará más que interesante para comenzar nuestro estudio revisar brevemente algunos de esos relatos.
El primero de ellos se refiere a Sargón el Grande, el primer hombre en crear un imperio, el acadio, allá por 2800 a.C. Sargón, en persona, relata que su nacimiento se produjo en Azupiranu, una ciudad a orillas del Éufrates; también cuenta que su madre fue una vestal (algo así como una sacerdotisa consagrada a la adoración del Sol), y que no conoció a su padre; y agrega que, luego de nacer, su madre lo depositó en una canasta para que se lo llevara el río. Tiempo después, un jardinero llamado Akki lo rescató y lo crió como su propio hijo.
Como habrán notado, esta historia es muy similar a la de Moisés. La Biblia cuenta como el faraón había mandado a asesinar a todos los recién nacidos, ya que una profecía le vaticinaba que un niño que estaba por nacer acabaría con su imperio. Para salvarlo, su madre también lo abandonó en un río, el Nilo, en una canasta de mimbre (por este motivo el canasto que usamos para que nuestros bebés duerman lleva ese nombre: “moisés”).

El hallazgo de Moisés de Lawrence Alma Tadema

La hija del faraón se estaba bañando en el río y encontró al niño. Se quedó tan fascinada con su belleza que decidió adoptarlo. La hermana de Moisés, que observaba la escena escondida tras unos juncos, se apersonó y le ofreció a la princesa los servicios de una niñera. La hija del faraón aceptó de buen grado, sin saber que la niñera en cuestión no era otra que la verdadera madre del niñito; así es que Moisés fue criado por su verdadera madre en el palacio del faraón.
La Epopeya de Gilgamesh “el Inmortal”, uno de los héroes más antiguos y legendarios de la historia, no es muy diferente. Unos sabios caldeos le profetizaron a Senechoros, rey de Babilonia, que un futuro hijo de su hija le arrebataría su reino. Como un intento de burlar la profecía, el rey encarceló a la princesa en la parte más alta de la ciudad; pese a su cautiverio, la doncella quedó embarazada y dio a luz a un niño. Pero los guardias de la prisión se lo arrebataron y lo arrojaron al vacío. Un águila que sobrevolaba las cercanías observó la caída del niño y, acercándose hasta él, lo tomó entre sus garras evitando que se estrellara contra las rocas, luego se alejó del lugar y terminó por depositarlo suavemente en un jardín. Allí fue descubierto por un hombre que, viendo al pequeño tan hermoso, decidió prohijarlo.
La historia vuelve a repetirse con Ciro “el Grande”. El rey medo Astiages, temeroso de una profecía, manda a matar al hijo de su hija Mandane. Como ya todos se imaginan, el niño logra eludir esa trágica suerte y luego de varias peripecias termina siendo adoptado por una humilde familia de pastores.
También en la antigua India, aparece una tradición casi idéntica, la historia de Krishna, octava encarnación del Dios Vishnu. El rey de Mathura, llamado Kansa, recibió de un sabio una funesta predicción: un hijo de su hermana Devaki lo iba destronar. Por tal motivo mandó a matar a todos los hijos varones que ella engendrara. Merced a una trampa, el octavo de los niños dados a luz por Devaki logró evitar su destino, y también fue adoptado por pastores.
Las historias se repiten casi sin fin. Hércules, el poderoso semidiós de la mitología griega, fue criado por padres sustitutos durante sus primeros años de vida. Idéntica suerte corrió Arturo quien, fruto de una unión ilegítima, fue dado en adopción por el mago Merlín a sir Héctor, que lo crió y cuidó. En otras tradiciones vuelven a aparecer idénticos signos, sólo por enumerar algunos ejemplos más, citaremos a: Rómulo y Remo, fundadores de Roma; los celtas Lohengrin y Tristán; el escandinavo Sigfrido; y los griegos Perseo, Paris, y Edipo, entre tantos otros.
Seguramente muchos se estarán preguntando qué punto de coincidencia existe entre el nacimiento de San Martín y estas tradiciones, habida cuenta de que la historia que aprendimos desde niños en nada se ajusta a este patrón. Pero… ¿Será cierta esa historia que nos contaron?¿O nos ocultaron –y siguen ocultando- alguna información? Tras un breve análisis develaremos la validez de estos interrogantes.
Aún hoy en día los alumnos de primaria siguen escuchando la misma versión: José Francisco de San Martín fue el quinto hijo del matrimonio de Juan de San Martín y Gregoria Matorras, nacido en Yapeyú, un 25 de febrero de 1778.
La cuestión es que los historiadores, por mucho que lo han intentado, jamás han podido corroborar estos datos. Veamos por qué.
Para empezar, la fe de bautismo del niño nunca fue encontrada, por tal motivo no se sabe a ciencia cierta cuál es la verdadera fecha del nacimiento. Incluso el mismo San Martín cada vez que se refirió a su edad, en cartas o documentos, generó una gran confusión al respecto. Por ejemplo en el acta de su matrimonio (19/09/1812) declaró treinta y un abriles, según lo cual habría nacido en 1781; para su ingreso como cadete en el regimiento de Murcia (España), el 21 de julio de 1789, juró tener los doce años que se necesitaban como requisito obligatorio para ser admitido, si nos guiáramos por este dato habría nacido en 1777. En su foja de servicios militares abundan las contradicciones: en 1803 aparece con veinte años, como si hubiera nacido en 1783; en 1806 con veintisiete, como nacido en 1779; y en 1808 se dice que cuenta con veintiséis, lo que remite a 1782 como probable fecha.
Al tema de las fechas se le suma otra cuestión fundamental: el color de su piel, marcadamente distinto del de sus supuestos progenitores. Tanto don Juan como doña Gregoria eran españoles de la más pura cepa, ambos de raza blanca, sin mezcla de sangres; y en el caso de Juan, con ojos azules.
Hete aquí que Josecito les salió bien morocho, más parecido a un indiecito que a un español. Todas las descripciones que se han hecho de él lo pintan como un hombre de tez morena, trigueña o cetrina, y en nada se ajustan a las características de un europeo, y, por si quedaran dudas, durante toda su vida, sus enemigos lo apodaron “el indio misionero”, “el tape de Corrientes”, o “el mulato”. Juan Bautista Alberdi afirmó luego de entrevistar al general, ya anciano, en Europa: “Yo le creía un indio, como tantas veces me lo habían pintado y no es más que un hombre de color moreno...”.
También se recuerda que en cierta ocasión el virrey de Chile, don Marcó del Pont, le contesta a un emisario enviado por San Martín: “Yo firmo con mano blanca, no como San Martín, que la suya es negra”.
Pero... ¿de dónde le venía el tono oscuro a José? ¿Del sol correntino? No. La verdadera historia sería ésta:
José de San Martín habría sido el fruto de la unión entre don Diego de Alvear y Ponce de León, Brigadier de la Real Armada Española, y Rosa Guarú (también conocida por el apellido portugués, Cristaldo), una india correntina que trabajaba como criada en la casa de la familia San Martín. En esa época don Diego se desempeñaba como “Comisario de la Comisión Demarcadora de Límites entre España y Portugal”, función que lo llevó a visitar muchas veces la zona de las misiones jesuíticas, y puntualmente Yapeyú.
Una de las nietas de Don Diego, hija de Carlos María de Alvear, de nombre Joaquina, relata en sus memorias que el Libertador era su tío: “hijo natural de mi abuelo, el señor don Diego de Alvear y Ponce de León, habido en una indígena correntina...”. A su vez, Manuel de Olazábal, oficial del Ejército de los Andes, cuenta que en un parlamento que el General sostuvo con los caciques del sur de Mendoza, él les aseguró: “...yo también soy indio”.



Pero…¿Por qué motivo don Diego de Alvear decidió no reconocer a su hijo, y en cambio darlo en adopción a los San Martín? Porque se trataba de una unión ilegítima, algo que había que esconder. En aquel tiempo los cruces entre razas estaban prohibidos por la legalidad colonial. Es decir que la unión sexual entre hombres españoles y mujeres americanas estaba expresamente vedada por las leyes del virreinato. Como si el poder español hubiese intuido –a modo de tácita profecía- que habría de ser justamente un mestizo el encargado de terminar con la opresión absolutista en Sudamérica.
Por ese motivo a los hijos de tales uniones se les tenía como parias, privándoseles el acceso a los cargos públicos, las carreras militar y eclesiástica, y otros privilegios y bienes económicos.
El historiador Hugo Chumbita, uno de los que más seriamente investigó esta cuestión, refiere en su libro “El secreto de Yapeyú” que: “Don Diego de Alvear, el conquistador español, tomó a una joven nativa en una relación desigual y ocultó su transgresión, pero se hizo cargo de su hijo y le buscó un hogar”. Además le costeó luego la carrera militar en España, y también estudios de guitarra, canto y pintura.


Hugo Chumbita revela el origen mestizo del Libertador

Los San Martín, familia amiga de Alvear, no ofrecieron reparos en adoptar al niñito, y se valieron de los servicios de una de sus criadas para que hiciera las veces de niñera, ama de cría, y guiara al pequeño en sus primeros añitos... ¿ya se imaginan quien fue la criada en cuestión? Adivinaron: la india Rosa Guarú, su madre biológica.

Rosa Guarú con el niño. Mural

Ella acompañó al niño durante su infancia en Yapeyú, que se extendió por tres años, lo crió y amamantó.
Este tema de los héroes con padres sustitutos simboliza una realidad inherente a todos los seres humanos: todos somos hijos adoptivos, ya que nuestro verdadero padre es Dios, el único dador de toda Vida. Por otra parte, la palabra mestizo también encierra un interesante símbolo, su raíz proviene del latín “mixticius” que significa “mezcla” o “mixto”, y en este sentido todos compartimos esa condición, porque somos seres espirituales evolucionando en cuerpos carnales; o como dirían los griegos, “semidioses”, mitad humanos y mitad divinos.
Es bastante remarcable la similitud que existe entre este tramo de la historia del “General” con el equivalente en la vida de Moisés, quien también fue adoptado (en su caso por la hija del mismísimo faraón de Egipto), pero criado y amamantado por su madre biológica, que ofició de niñera.
Respecto de este ser en particular, podemos agregar otra analogía. El patriarca hebreo le legó a su pueblo los Diez Mandamientos (conjunto de normas que aún hoy rigen moralmente a casi toda la humanidad), y por su parte San Martín nos dejó sus “Máximas”, grupo de once reglas o consideraciones éticas que redactara para su hija Merceditas, y que mucho bien nos haría si las tomáramos como propias (sobre esta cuestión nos explayaremos en otro capítulo).
Veamos ahora si aparecen otros símbolos relacionados con la llegada al mundo del prócer. Si examinamos el nombre de la ciudad natal de José, hallaremos una fuerte vinculación con el nacimiento más famoso y más veces celebrado de la historia de la humanidad. Todos recordaremos que el alumbramiento se produjo en Yapeyú, una ciudad correntina a orillas de Río Uruguay, pero no muchos conocen el nombre completo de esa localidad. Se van a sorprender…
Nuestra Señora de los Tres Reyes Magos de Yapeyú.
De una sola movida armamos todo el pesebre navideño, el niño que nace, nuestra Señora, y los Tres Reyes Magos.

Nacimiento de Jesús

Los escépticos argumentarán que todas esas poblaciones llevaban nombres religiosos, por tratarse de asentamientos creados por la orden de los jesuitas; y esto es así en verdad, sólo por citar algunos ejemplos: La Cruz, Santo Tomé y San Borja, muy cercanas a Yapeyú; y un poco más al norte, Concepción, San José y Candelaria, etc. Pero convengamos que ninguno de estos nombres lleva tan fuertemente la atención hacia el pesebre, y el nacimiento de Jesús, como el de la ciudad natal de José.
Analicemos ahora la etimología del topónimo guaraní: para algunos autores Yapeyú significa “el fruto que ha llegado en su hora”, mientras que otros lo traducen como “el fruto que está maduro”.
Se hace necesario decodificar este símbolo, “el fruto”, demasiado significativo como para pasarlo por alto.
No se puede hacer que un árbol dé sus frutos antes de que llegue el momento indicado. Después de esperar a que pasen las temporadas de lluvias y de frío, hay un momento en que el árbol comienza a brindar sus hijos, los frutos. Del mismo modo en que no se puede adelantar la llegada de la primavera, o acelerar el proceso mediante el cual un vino llega a su punto de excelencia después de años de añejamiento.
El aforismo 21 del libro “Luz en el Sendero” se refiere a esta cuestión, pero usa la imagen de una flor, en lugar de la de un fruto; dice: “Busca la flor que debe abrirse durante el silencio que sigue a la tormenta y no antes”.  Mabel Collins así lo explica en los comentarios que aparecen al final del libro: “La expansión de la flor es el glorioso momento en que la percepción se despierta: con ella nacen la confianza, el conocimiento y la certeza”.
Y esto es lo que simbolizan todas estas historias de los nacimientos de los héroes mitológicos y los grandes seres de las diversas religiones: el momento en que nace la Conciencia Espiritual dentro de cada individuo. El sagrado instante en que nuestra Alma despierta de su sueño -tal como está simbolizado en “La bella durmiente”- y descubrimos que dentro de nuestro corazón reside el Dios Interior, la Chispa Divina que sostiene nuestra existencia; y por primera vez sentimos, tal vez muy tenuemente, esa profunda conexión que hay entre nosotros y todo lo creado.
A esta crisis algunos han dado en llamarla “Despertar Espiritual”, otros se refieren a ella como la “Primera Iniciación”, y también ha sido caracterizada con el nombre de  “Segundo Nacimiento”.
De esto le está hablando Jesús a Nicodemo cuando afirma: “de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el Reino de Dios”. (Juan 3:3)
Pero ello no puede ser forzado, ni violentado; tampoco regalado por nadie. Es el resultado del esfuerzo de años por purificarnos, y redirigir nuestra atención desde nuestros propios intereses egoístas hacia un plano de servicio y sacrificio por el bien común. Hugo Bauzá expresa en “El mito del héroe” que: “La hazaña del héroe no se ciñe sólo a la liberación interior y a la felicidad personal sino, muy especialmente, a ponerse al servicio de los demás”.
Ese esfuerzo continuado tendrá su recompensa, más tarde o más temprano, cuando sea el momento indicado.
Ese será “el fruto que llegará en su hora”, ni un minuto antes.
A su vez la imagen del fruto nos lleva al Arcángel Gabriel en el momento de la Anunciación: “Bendita tú eres entre todas las mujeres, y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús”.
En otro orden, al revisar los nombres de las madres de los héroes y salvadores de la humanidad, descubrimos que muchos de ellos fueron muy similares (si no idénticos, o de una misma raíz): la madre de Baco, Myrra; la madre de Hermes, Myrra o Maia; la madre de Adonis, también Myrra; la madre de Buda era Maya; y María, la madre del Salvador cristiano. La madre de San Martín no se llamaba de esa manera, pero su nombre, Rosa Guarú (o Rosa Cristaldo, apellido portugués que adoptó al ser bautizada) de todas formas nos remite a la Virgen.

La Madre María


La rosa es el símbolo de la Madre María, de hecho uno de los nombres con el que se la conoce es “Rosa mística de los Cielos”. La acepción portuguesa del nombre de la india guaraní, Rosa Cristaldo, es un anagrama de: Rosa do Cristal (que en castellano significa “rosa de cristal”).
El “Diccionario de los símbolos” consigna que la rosa: “es la flor simbólica más empleada en Occidente. Corresponde en conjunto a lo que es el loto en Asia”. Y agrega que también en la India aparece este símbolo, en la figura de la rosa cósmica Triparasundari, la cual: “sirve de referencia a la belleza de la madre divina. Designa una perfección acabada, una realización sin falta”.
Por otra parte leemos en el mismo libro: “El cristal es un símbolo de limpidez y de pureza… La luz que penetra el cristal es una imagen tradicional del nacimiento de Cristo; así Angelus Silesius: «María es un cristal, su Hijo, la luz celeste; así la atraviesa él sin romperla empero en absoluto»”.  Y se agrega que los primeros cristianos consideraban al cristal como simbólico de la Inmaculada Concepción.
Es muy interesante observar cómo el cancionero popular se ha hecho eco de esta historia de la india, madre y niñera de José, y cómo se refiere a su figura, llegando a llamarla en algunos casos, “Madre de Dios”. A continuación, tres de las letras de esas canciones. Las voces guaraníes se traducen al pie de las mismas.


La india Rosa Guarú
de la raza guaraní
fue niñera en Yapeyú
de José de San Martín

A cantar un tororé
ñandeyara che mondó
al caraí chuí José
con destino de pindó

tororé: canción de cuna        
ñandeyara che mondó: he sido enviada por Dios 
caraí chuí: pequeño              
pindó: cocotero (altura, grandeza)
Por otra parte, un poeta llamado Guillermo Perkins Hidalgo, dejó algunas rimas referidas a esta historia. LA primera es un aestrofa de un porma titulado "La Nacencia"

Belén, Belén argentina, porque nos dio al redentor,
cuna del dueño y señor de la América latina,
tierra propicia al amor y a los ensueños ardientes,
vayan hacia ti mis lirios altiva y dura Corrientes,
a perfumar tus martirios y a proclamar tus valientes.

Y ahí va la segunda y última de Perkins Hidalgo, que en uno de sus versos se refiere a Rosa como "Tupasí", que en guaraní quiere decir "Madre de Dios"  
Dulce voz de cuna
se oye en Yapeyú
dicen que es la sombra
de Rosa Guarú

Cunumí querido,
lindo cunumí,
duerme que a tu lado
vela Tupasí...

Tu color es indio
como el urunday.
No has nacido en vano
junto al Uruguay...

Duerme tu inocencia
cunumí porá,
duerme bajo el santo
cielo de Tupá

cunumí: niño            Tupasí: (Tupasÿ) la virgen, la madre de Dios   
urunday: quebracho           porá: lindo      Tupá: Dios
La canción interpretada por dos señoras

Interesante, no es verdad?

La última de las analogías tiene que ver con la zona en donde se produjo el nacimiento. Yapeyú está situado en la provincia de Corrientes, que, junto con Misiones y Entre Ríos, conforman una de las regiones geográficas argentinas: la “Mesopotamia”. Lleva este nombre por encontrarse entre los ríos Uruguay y Paraná.
Podemos encontrar aquí una remembranza de la antigua Mesopotamia ubicada en Medio Oriente, entre los ríos Éufrates y Tigris, donde algunos afirman que se encontraba el Jardín del Edén; lugar en donde, según la tradición judeo-cristiana, Dios creó a Adán, el primer hombre.

Thomas Cole. Jardín del Edén

Si analizamos la etimología del nombre Adán encontramos que significa “tierra roja”, o “de la tierra roja”, ya que ese era el color de la tierra del Edén, a partir de la cual Dios lo creó.
Ese es también el color de la tierra en Yapeyú, y en toda la provincia de Corrientes, los lugareños la llaman “tierra colorada”.
No podemos dejar de ver a este lugar como un reflejo de aquel Edén, y a San Martín como un nuevo prototipo de hombre, una especie de Adán americano.
La consulta del “Diccionario de los símbolos” nos guiará en ese sentido. Allí encontramos que: “Adán simboliza al primer hombre y la imagen de Dios”. Pero en otro párrafo se aclara que: “Primero no significa pues, aquí, primitivo. Él es primero en el sentido que es responsable de todo el linaje que desciende de él. Su primacía es de orden moral, natural y ontológico”. Y en otro tramo concluye: “Para cada gran época histórica hay un hombre primordial, que desempeña el papel de un nuevo Adán”.
Todos estos símbolos nos están señalando que el ser que acaba de nacer trae consigo un signo espiritual, un misterio y un secreto que debemos develar entre las líneas del libro de su vida.
Averigüémoslo...

martes, 28 de junio de 2011

¿Fue el General San Martín un Mensajero de Dios?





El sendero por donde anda un gran hombre
se convierte en una guía
para el resto de la humanidad.
Bhagavad Gita

Retomar el estudio de la vida y la obra de quien fuera la figura más sobresaliente de la historia argentina pareciera casi ocioso. La cantidad de volúmenes que se han escrito en su nombre, con el fin de narrar sus hazañas y resaltar sus virtudes -o incluso para denostarlo-, alcanzan para poblar varios anaqueles de cualquier biblioteca.
Empezando por la “Historia de San Martín”, en la que Bartolomé Mitre lo elevara al pedestal de “Padre de la Patria”; pasando por Ricardo Rojas y su “Santo de la espada”, llevado al cine por Leopoldo Torre Nilson; hasta llegar a las más recientes revisiones de autores como Norberto Galasso, José Ignacio García Hamilton o Hugo Chumbita, que tienden a humanizar su imagen, y aportan además importantísima información hasta hace poco desconocida; se concluiría que es imposible agregar una coma a lo ya expuesto por tan variada lista de especializados autores, como si ya nada pudiera decirse acerca del Gran Capitán, sin terminar redundando en cuestiones conocidas por la gran mayoría.
Por suerte para mí, y para todos los que tomen contacto con el contenido de este blog, esto no es así.
Durante todo este tiempo sólo hemos estado raspando la superficie de la cuestión, como quien se dedicara a examinar la cáscara de un fruto en detalle y nunca se decidiera a saborear el manjar que ésta oculta.
Veamos por qué…
Así como los argentinos, chilenos y peruanos veneramos la figura de nuestro Libertador, todas las civilizaciones han reverenciado y exaltado a sus héroes fundadores a través de los tiempos. Otto Rank, discípulo de Sigmund Freud, y uno de los padres del psicoanálisis, observa en su obra “El mito del nacimiento del héroe” que: Todas las naciones civilizadas prominentes… comenzaron con una temprana etapa de glorificación de sus héroes nacionales, príncipes y reyes míticos”.
Sólo por citar a algunos de ellos, mencionaremos a: Gilgamesh, para los Sumerios; Rama y Krishna, en la India; Hércules, Perseo y Teseo, entre muchos otros, en Grecia; el Rey David, en el Antiguo Testamento; el Rey Arturo, en la tradición Británica; Mahoma, para los islámicos; etc.
La sola enumeración de estos nombres pudiera no significar nada, de no ser por un asombroso descubrimiento que el mismo Rank realizara. A través del análisis comparativo de los nacimientos y primeros años de vida de gran cantidad de héroes mitológicos notó que todos estos relatos: “en las diferentes naciones -aunque muy distantes entre sí por el espacio y totalmente independientes unas de las otras- presentan una desconcertante similitud o, en parte , una correspondencia literal”. Es así que pudo establecer un patrón que se repite en casi todas las tradiciones.
Mucho más asombroso resultará para el lector de estas páginas (y así lo fue para el que escribe, a lo largo de años de investigación) descubrir que la historia del Libertador de América se ajusta fielmente a ese patrón, concordando con las de figuras tan sagradas y diversas como Hércules, Moisés, el Rey Arturo, o el mismísimo Jesús. Ya desde la próxima entrada, cuando analicemos el nacimiento del prócer, notaremos con asombro la inmensa cantidad de coincidencias que existe entre los hechos de su vida y las de muchos de los llamados héroes míticos, salvadores, o mensajeros de Dios. Una y otra vez hallaremos sorprendentes paralelismos y analogías que lo vinculan con las personalidades más sobresalientes de la historia universal. Y así cumpliremos con la primera premisa de este blog: dejar claramente establecido que la vida y leyenda del General don José de San Martín encaja perfectamente en el molde del héroe mitológico.
Al tiempo que vayamos dejando asentado este postulado, necesariamente se derivará la segunda propuesta de esta obra, que es analizar la figura de San Martín como mito. Para ello será preciso responder algunos interrogantes. Entre ellos... ¿Qué significado tienen estas señales que se repiten una y otra vez en las historias de personajes tan disímiles, y tan alejados unos de otros, tanto en el tiempo como en el espacio? ¿Puede ser atribuido al azar, o la casualidad, semejante número de signos coincidentes?
La primera respuesta tal vez provenga de uno de los libros sagrados más antiguos de la humanidad, el Bhagavad Gita. Allí, Krishna (una de las principales deidades del hinduismo) le refiere a Arjuna, antes de iniciar la batalla de Kurukshetra: “Siempre que el bien decae extinguiéndose poco a poco, predominando en su lugar la maldad y el orgullo, Mi espíritu se manifiesta en forma humana sobre esta tierra”.
Es como si el Universo, una Fuerza Superior, o Dios (como cada quien prefiera llamarlo), enviara a cada rincón del planeta y en cada momento específico, a un Ser con una doble misión: por un lado, liberar a ese pueblo de alguna forma de opresión; y por el otro, representar un “guión” (que siempre es el mismo en esencia) para dejar un recuerdo indeleble de sus actos en las mentes de las generaciones venideras, con alguna secreta intención. Seres a los que algunas culturas han dado en llamar Cristos, Mesías, Elegidos, o Enviados de Dios.
La verdad es que todas estas tradiciones míticas están cargadas de un hondo contenido simbólico, y en la dilucidación de esos signos reside la más importante enseñanza que puede obtenerse de este tipo de historias.
Lo mismo sucede con las vidas de los llamados Maestros de la humanidad, como Moisés, Jesús, o el Buddha Gautama. Más allá del legado que ellos dejaran a través de sus mensajes y doctrinas, los hechos de sus vidas esconden en sí poderosos símbolos para todo el que sepa leer entre líneas.
Otra rama de la sicología abordó también este asunto de los símbolos. Carl Jung, padre de la sicología analítica, afirmó que estos mitos conforman un compendio de imágenes simbólicas a las que denominó “arquetipos del inconsciente colectivo”, algo así como una “herencia psíquica” compartida por toda la humanidad. En su libro “El hombre y sus símbolos” expresa: “el arquetipo es una tendencia a formar representaciones de un motivo, representaciones que pueden variar muchísimo en detalle sin perder su modelo básico”. Leemos en el excelente “Diccionario de los símbolos” de Jean Chevalier y Alain Gheerbrant que: “Para C.G. Jung, el símbolo no es, ciertamente, ni una alegoría, ni un simple signo, sino más bien «una imagen apta para designar lo mejor posible la naturaleza oscuramente sospechada del espíritu»”.
Uno de los continuadores de su obra fue Joseph Campbell, profesor estadounidense, historiador de las religiones y filósofo. Él sostiene que: “Sólo hay una mitología en el mundo, que se ha conjugado dentro de las diversas culturas de acuerdo a las condiciones de sus circunstancias históricas y sociales”. Campbell afirma en su libro “El héroe de las mil caras” que la figura del héroe tiene una gran importancia en todas las culturas de todos los tiempos, y asevera, en la misma línea que Rank, que en todo este tipo de relatos existe un patrón común que se repite en mayor o menor grado. A esta teoría la llamó “Monomito”, subrayando que todos estos mitos son en realidad, y en última instancia, uno solo. Así lo expresa en “El poder del mito”: “En lo esencial, podría decirse incluso que no hay más que un héroe arquetípico cuya vida se ha reduplicado en muchas tierras distantes”.
Los griegos consideraban a los héroes como intermediarios entre lo humano y lo divino; de hecho, la mayoría de los héroes griegos eran semidioses, es decir, el fruto de la unión entre un Dios y un humano.
Así, a través de la figura del héroe, el mundo griego halló una forma de simbolizar la aventura del Alma, que aparece en el hombre como mediadora entre su Espíritu, o naturaleza Divina, que suavemente pugna por manifestarse y aportar su Luz para beneficio del Todo; y la personalidad, o naturaleza humana, que constantemente lucha para imponer sus deseos y apetitos egoístas.
Alice Bailey, quien fuera integrante de la Sociedad Teosófica, le dedica un párrafo a este tema en su libro “Los trabajos de Hércules”: “Esta dualidad es la gloria de la humanidad y también constituye el problema que cada ser humano tiene que resolver. Padre-Espíritu y Madre-Materia se juntan en el hombre, y el trabajo del discípulo es remover los lazos de la madre y así responder al amor del Padre”.
El hombre moderno ha decidido afirmarse en la razón como única guía cierta, y ha desechado a la mitología por considerarla obsoleta, carente de sentido y en algunos casos, ridícula. Por cierto…¿Quién puede creer que un simple mortal como Jonás haya sido tragado por una ballena, para luego de tres días recuperar la libertad como si nada hubiera pasado?¿Cómo es posible que Hércules (por más fuerza sobrenatural que poseyera) haya soportado el peso de todo el Universo sobre su espalda? Y en todo caso…¿sobre qué se paró para sostenerlo? Desde esta mirada materialista, que predomina en el hombre de hoy, todos estos relatos no pueden ser más que fantasías, niñerías que no nos llevan a ninguna parte. Habiendo perdido la clave para comprender los símbolos que estas historias encierran, acabó por cerrar la puerta del reino de lo extraordinario, despreciando así la invalorable ayuda que la comprensión de esos símbolos podría brindarle en su vida de todos los días.
El “Diccionario de los símbolos” propone que: “Resistir a los símbolos es amputar una parte de sí mismo, empobrecer la naturaleza entera y huir, bajo pretexto de realismo, de la más auténtica invitación a una vida integral. Un mundo sin símbolos sería irrespirable: provocaría en seguida la muerte espiritual del hombre”.
Es así que la sed de infinitud persiste. El ansia de trascendencia no desaparece por haber entronizado a “la Razón” como diosa exclusiva. Muy por el contrario parece aumentar más y más. Cada vez tenemos más necesidad de héroes y aventuras maravillosas, y para satisfacerla creamos nuestra propia mitología moderna: libros, series de televisión y películas que reflejan las proezas de infinidad de héroes de ficción.
En este sentido, es interesante observar la influencia que el trabajo del citado Joseph Campbell ha tenido en varias de estas realizaciones, podríamos mencionar: “La guerra de las Galaxias”, “El Rey León”, “Matrix”, “El Señor de los anillos”, y hasta “Harry Potter”; que se nutrieron de sus investigaciones como una base para el desarrollo de los libretos y guiones.
Incluso, ya desde mucho tiempo atrás, algunos de estos relatos míticos se han ido transformando hasta filtrarse en la imaginería popular en la forma de cuentos, fábulas y leyendas. ¿Quién no se ha ido a dormir alguna vez escuchando, de boca de su madre, la historia de “Caperucita Roja”, “La Cenicienta” o “El Patito feo”? Todas estas historias están atravesadas por situaciones arquetípicas que se repiten: el alejamiento del hogar, alguna prohibición transgredida, el logro del amor perfecto... Todos temas que son representaciones de nuestro propio Ser Interno y su lucha por manifestarse.
Otra consecuencia derivada de la perspectiva materialista de la humanidad de hoy es que hemos reemplazado el antiguo culto a los héroes por la (mucho más banal -por cierto-) adoración a los ídolos de masas, ya sea que estos pertenezcan a la esfera del espectáculo, el arte, la política o el deporte.
Muchos argentinos se emocionaron al revivir la “hazaña” de la selección nacional de fútbol, cuando conquistara el campeonato mundial de México’86, tal como fue mostrada por una película con un título más que sugestivo… “Héroes”.

Portada de la película "Héroes"

Deepak Chopra, el renombrado médico y escritor hindú, se refiere a esta cuestión en su libro “Sincrodestino”: “Dentro de cada ser humano existe un tema expansivo, un molde para una vida heroica, un dios o una diosa embrionarios que desean nacer”. Y agrega: “Actualmente tendemos a buscar arquetipos simbólicos en las celebridades, pero necesitamos fomentar expresiones plenas de los arquetipos en nosotros”.
Las viejas tradiciones y leyendas han perdido la fuerza que alguna vez tuvieron, y ya no nos representan; pero así debe ser necesariamente, porque ellas no fueron escritas para nosotros. Nos urge encontrar una nueva forma de exponer las antiguas verdades, otro modo de tender ese puente que una la experiencia ordinaria con el reino de lo extraordinario; de manera que esa Divinidad Interna, que por el momento sólo se halla en estado latente, encuentre una vía de expresión en nuestra vida.
Volvemos a citar al “Diccionario de los símbolos”, allí se sostiene que: “Cada grupo, cada época tiene sus símbolos; vibrar con esos símbolos es participar con ese grupo y esa época”. Y concluye: “La función de resonancia de un símbolo es, por tanto, más activa si el símbolo concuerda mejor con la atmósfera espiritual de una persona, de una sociedad, de una época o de una circunstancia”.



Por eso intuimos que puede ayudarnos en ese sentido desentrañar el legado simbólico que nuestro prócer dejara impreso en la memoria de sus actos. Ese libro que Dios ha escrito pensando exclusivamente en nosotros, los que transitamos por este lado del mundo, y en este momento de la historia.
Humberto Eco, en el primer capítulo de “El nombre de la Rosa”, hace referencia a: “la inagotable reserva de símbolos por los que Dios, a través de sus criaturas, nos habla de la vida eterna”. Nuestra misión será descifrar las claves espirituales de la vida y leyenda del “Gran Capitán”, desde su nacimiento en Yapeyú hasta el final de sus días; pasando por los hechos más significativos de su existencia, aquellos que lo llevaron a convertirse en uno de los más grandes libertadores del mundo.
Bucearemos en busca de los símbolos en la historia, el mito detrás del hombre, y el mensaje que esconden el mito y sus símbolos.
Con gran asombro descubriremos que, oculto tras los sucesos tantas veces repetidos en las lecciones de escuela primaria, subyace el secreto que puede convertirnos en los libertadores de nuestro propio Ser Interior, ese dios embrionario que todos llevamos dentro, esperando manifestarse.
Campbell lo explica de esta forma en su libro: “El reino de los dioses es una dimensión olvidada del mundo que conocemos. Y la exploración de esa dimensión, ya sea en forma voluntaria o involuntaria, encierra todo el sentido de la hazaña del héroe”.
Por su parte, Hugo Bauzá expresa, en “El mito del héroe”: “La aventura y el viaje del héroe no deben estar orientados hacia lo exterior, sino hacia el interior de nosotros mismos”. Y agrega: “la clave radica en descubrir la parte «heroica» que habita en el interior de cada uno de nosotros”.
Acompáñenme en un viaje que nos llevará, al mismo tiempo, hacia afuera, a través de los sucesos que marcaron la vida del Libertador, y hacia adentro, en busca de las resonancias que esos hechos puedan producir en nosotros. Un viaje en el que las historias por todos conocidas cobrarán nuevos significados, y echarán algo de luz en nuestro propio camino.